martes, 2 de junio de 2009

¿Por qué llora una prostituta?


Érica Ramírez estudiante de Comunicación Social-Periodismo de la U. de A., en la presentación del trabajo final del semestre.
Fotografía por: Oscar Jaramillo


A las 6:00 PM ella abre sus ojos y una tierna lágrima rueda por sus mejillas, como si su interior estuviera inundado. Respirando hondo y baja sus piernas de su tibia cama, se mira al espejo y nota una herida cerca a su labio, aún con algo de sangre; pero su gesto no es de sorpresa, al parecer es algo común.
Tiende su cama y se sienta de nuevo frente al espejo, cómplice de su belleza. Estira su mano y coge un peine con el cual consiente sus cabellos, tan lindos y suaves como una seda; mientras lo hace, constantemente sus lágrimas recorren sus ojos hasta desbordarse y caer presurosamente, pasando por sus mejillas, sus labios y luego bajando por su cuello hasta perderse en su pecho, como si allí se evaporaran con el calor del latir de su corazón.
En sus manos sostiene un pequeño pañuelo con el que limpia tanto sus lágrimas como la herida. Levanta la mirada y se da cuenta que han transcurrido treinta minutos. Deja a un lado su pañuelo y su peine. Se dirige al baño y, lentamente, se quita la ropa. Cuando está bajo la ducha, cierra sus ojos y ahora sus lágrimas se confunden con el agua; con sus manos recorre toda su piel, brindándole respeto y caricias que más tarde serán sólo un recuerdo. Cierra la ducha y se seca.
Se pone su ropa interior, una sudadera ancha y un saco de su hermano, del armario saca algo y lo introduce en su bolso, el cual toma en sus manos; se mira con nostalgia en el espejo y emprende su viaje, que al parecer no es un paseo.
Cuando llega al sitio entra por atrás, va directo a una habitación cuya puerta dice: Esmeralda, supongo que es ella por sus ojos tan impactantes como esa joya; cierra la puerta y abre su bolso, saca lo que introdujo en el y entra al baño. A lo veinte minutos sale completamente transformada. Sus tennis ahora son botas de tacón; sus medias ahora son de malla; la sudadera ancha ahora es una corta y ajustada minifalda; y el saco de su hermano se convirtió en un diminuto top; y en su rostro, absolutamente maquillado, sólo se puede observar algo igual, en sus ojos una lágrima.
No se mira al espejo, simplemente guarda su bolso y sale de aquel cuarto. Baja las escalas con timidez, mientras todos la observan, al terminar se encuentra con luces, licor y muchas chicas vestidas como ella. Se sienta en una mesa, pide un trago y cruza sus piernas.
Al instante se le acerca un señor, que podría ser su padre, y con una mirada de morbo, característica de los hombres que frecuentan ese lugar, le dice:
-Ricura, vamos para tu habitación.
Ella, sin mirarlo a la cara, contesta:
-Son $50.000
Y él con una carcajada, en la que deja ver los espacios de los dientes que el hacían falta, responde:
-Ni que fueras esa mona de pelo crespo, esa Monroe, te los daría. Te doy $20.000 y eso porque te estoy haciendo un favor.
Ella, con una voz suave, dice que acepta.
Él la agarra fuertemente de la mano y la lleva casi arrastrada al lugar de las habitaciones; luego abre la puerta de esmeralda, la cierra y no se vuelve a saber nada de ellos.
Al otro día el señor se va y ella, exclusivamente, se levanta y se pone la sudadera, los tennis y el saco; guarda su disfraz en el bolso, sale de la habitación y cierra con llave.
Cuando llega a su casa, come algo y entra a su cuarto, destiende la cama y cierra sus párpados, pensando en nunca despertar.
A las 6:00 PM abre de nuevo sus ojos y una tierna lágrima rueda por sus mejillas mientras piensa qué disfraz va ha usar.


Por: Natalia Flórez

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